sábado, 9 de enero de 2016

Gran Poder, Rey de los Reyes, por Julio Mayo ( ABC de Sevilla, jueves 7 de enero de 2016, pág. 24 )


GRAN PODER, REY DE LOS REYES
JULIO MAYO
en ABC de Sevilla, jueves 7 de enero de 2016, pág. 24.




Entre los repertorios documentales que atesora la Biblioteca Nacional de España, se conserva una Regla de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y de Nuestra Señora del Mayor Dolor y Traspaso, sita en la iglesia parroquial de San Lorenzo de Sevilla, cuyo ejemplar se halla fechado en Sevilla, en febrero de 1826, y del que ni su propia hermandad tenía constancia hasta la fecha. 

Se trata de una copia literal manuscrita, y encuadernada, del mismo texto que fue aprobado por el Real Consejo de Castilla en el año 1791, que sí obra desde entonces en el archivo de la cofradía de la Madrugada. 


Gracias a estas reglas elaboradas a inicios de la última década del siglo XVIII, cuando numerosísimas hermandades penitenciales estuvieron a punto ser suprimidas, en función de la gran reforma en materia de religiosidad popular que, con la llegada de las ideas ilustradas a España, se propuso introducir la administración civil borbónica, sabemos que la del Gran Poder de Sevilla basó en la adhesión monárquica la salvación de su continuidad existencial.


“la historiografía sevillana no había precisado
 bien por qué celebraba
 su día el Gran Poder
en la Epifanía”




Pero después de obtener desde Madrid la aprobación de sus estatutos, se enquistó el problema muy seriamente. En 1798 tuvo que intervenir el Consejo de Castilla en un asunto que no terminaba de arreglar la justicia eclesiástica hispalense entre las cofradías del Gran Poder y Las Tres Necesidades, del barrio de la Carretería, a cuenta de la prioridad en el orden de sus respectivas procesiones en Semana Santa. El real órgano decretó, el 23 de septiembre de aquel mismo año, la extinción de las dos y que les fuesen retiradas sus respectivas capillas, imágenes titulares, alhajas, enseres, insignias, ornamentos litúrgicos y todas las propiedades urbanas y rústicas que poseían. 


En el expediente de los autos, que hemos tenido la oportunidad de consultar en el Archivo General del Arzobispado, argumenta la del Gran Poder la labor de auxilio económico y social que ofrecía al vecindario del barrio de San Lorenzo, en momentos tan adversos como los que se sufrían a consecuencia de las inundaciones del Guadalquivir. Se solían quedar aislados los vecinos en sus casas y era la hermandad la que socorría «a aquellos pobres afligidos, repartiéndoles pan que conduce en barcas, por medio de las calles, siendo por estos medios útiles a la sociedad».

Finalmente, el Consejo de Castilla decidió anular el mandato de suspensión impuesto sobre ambas hermandades, solucionándose el pleito mediante escritura de Concordia, rubricada aquel mismo año. Cada una de ellas pudo recuperar los bienes y ninguna se vio abocada a su desintegración. 

Si no hubiese surtido efecto la enorme presión que recibieron en la Corte, tanto a nivel popular como por otros conductos burocráticos, y las medidas que el gobierno de Carlos III, sobre cofradías, no hubiesen fracasado tan rotundamente a la hora de llevarlas a la práctica, desde luego que aquellos hombres de la Ilustración, sobre los que nos ha llegado una imagen tan mitificada, hubiesen consumado una represión popular de no poca dimensión y terminado, además, con una parte muy importante de nuestro activo patrimonial, sin el cual hubiese sido imposible comprender la cultura sevillana.

La festividad litúrgica de la Epifanía del Señor, en la que una de las antífonas del día exalta el poder sobrenatural (como recuerda el lema In manu ejus potestas et imperium) de aquel Rey de Reyes que llevó la cruz a cuestas, camino del Gólgota, permitió a la hermandad de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder honrar de forma ambivalente, tanto a los Magos de oriente como a las católicas majestades, muy especialmente después de que los Borbones instituyesen la celebración del día de los reyes de España, el 6 de enero de 1782. 

El origen de esta novena dedicada al Señor que habría de oficiarse fuera de las fechas cuaresmales, si bien en la actualidad se rinde un quinario, se retrotrae al año 1768. Fue promovida por varios cofrades bienhechores, como aclaran unas anotaciones de otras reglas antiguas, de esta misma hermandad, que descubrió en el Archivo Histórico Nacional de Madrid el amigo y profesor don Antonio José López Gutiérrez, y que ha estudiado también el doctor Mira Caballos. Conforme pasaron los años, fueron introduciéndose algunos elementos novedosos, derivados de la actividad impulsora que el misionero capuchino fray Diego José de Cádiz otorgó a estos cultos.

Muchos de los detalles quedaron incorporados a los capítulos de las reglas autorizadas por el Supremo Consejo, en las que se previene que las imágenes titulares pudiesen entronizarse en el altar mayor de la parroquia de San Lorenzo –que era la iglesia en la que radicaba entonces el Gran Poder, antes de trasladarse a su actual basílica–, solamente en la novena, «por el mucho trabajo que cuesta la remoción de dichas santas imágenes a otro sitio y por las quiebras y otros perjuicios que puedan resultar». Según el texto de 1791, los cultos debían dar comienzo el veintinueve de diciembre de cada año y culminar la mañana del seis de enero. 

Ese día, en el que los hermanos estaban obligados a pagar sus cuotas y renovar el voto en defensa de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, subrayan las reglas que la solemne celebración religiosa «se ofrecerá y aplicará por la importante vida de nuestro católico Monarca y felicidad de esta monarquía».


El Gran Poder sostuvo otra disputa con la cofradía del Silencio, mientras anduvo enfrentada a la de la Carretería, y se preocupó entonces por hacerle llegar al Consejo que anualmente costeaba una función «el día de Pascua de Reyes, por nuestros católicos monarcas, real familia y felicidad de la Monarquía». Comunicó así mismo que había celebrado una misa cuando nacieron los infantes gemelos (1784) y organizado una procesión de rogativas, con gran acogida del pueblo, el día que se publicó la Guerra contra Francia (1793). 

Hay que tomar en consideración que el Gran Poder tenía ya, en aquellos años de transición del Antiguo al Nuevo Régimen, un buen número de hermanos vinculados con la aristocracia sevillana, como se deduce del apoyo que las reglas confieren a favor de la figura del rey. En el mismo templo parroquial residía igualmente la cofradía de la Soledad, a la que pertenecieron significados miembros de la nobleza local, por lo que es probable que algunos de los cofrades perteneciesen simultáneamente a ambas corporaciones.



Estas reglas están fechadas en Sevilla, el 21 de febrero de 1826. Aquel año volvieron a recuperarse las salidas procesionales de las cofradías, después de que se hubiesen llevado siete años sin salir, desde 1819, debido al ambiente anticlerical que se suscitó en torno el Trienio Liberal (1821-1823). Con la restitución monárquica de Fernando VII volvieron a reorganizarse muchas de las hermandades. La copia manuscrita de estas reglas están firmadas por el secretario primero de la hermandad del Gran Poder, don Carlos Serra, quien también consta haber sido hermano de la Sacramental de San Lorenzo. El documento, que ahora ha sido digitalizado por la Biblioteca Nacional y expuesto en el portal de la Biblioteca Digital Hispánica, llegó a la Biblioteca Nacional de Madrid mediante la donación que realizó el catedrático del Instituto de Toledo, don Antonio Delgado, el 7 de julio de 1876. Hoy forma parte de la sala Cervantes.




En la mentalidad de la sociedad de aquella época, una de las máximas que legitimaban el poder absoluto se basaba en el origen divino de la monarquía y la alianza entre la tradición católica española y la sucesión dinástica. De la misma forma que nuestras cofradías fueron asimilando la cultura monárquica que todas poseen hoy, fue calando en esta ciudad la tradición que el pueblo les profesa a unos Reyes Magos que, todos los años, hacen aquí su mejor regalo. Dedican el día seis de enero al auténtico Rey de Sevilla. A ti, Señor del Gran Poder.

JULIO MAYO ES HISTORIADOR







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jueves, 7 de enero de 2016

MARÍA LARA MARTÍNEZ Y LAURA LARA MARTÍNEZ. Ignacio y la Compañía. Del Castillo a la Misión.

Ignacio y la Compañía. Del Castillo a la Misión 



MARÍA LARA MARTÍNEZ Y LAURA LARA MARTÍNEZ


Pocas congregaciones religiosas han sido tan controvertidas como la Compañía de Jesús. Prueba de esta polémica la encontramos en la elección del actual Papa Francisco: casi quinientos años han debido transcurrir desde que se fundó la orden para que un jesuita porte el anillo del pescador. La historia de la Compañía de Jesús está marcada por la consecución de importantes hitos evangelizadores y doctrinales y, al mismo tiempo, por una enconada lucha política con las autoridades nacionales. No creemos que haya habido una institución católica más hostigada y atacada en países cristianos que los jesuitas. La relación entre los dirigentes públicos y la orden ha estado siempre condicionada por un turbulento nexo, en el que se han alternado fases de profunda influencia con otros de persecución y expulsión. En el campo teológico, la Compañía de Jesús también ha tenido que afrontar enconadas polémicas que la han llevado a enemistarse con otras órdenes religiosas e incluso con el Papado.
IGNACIO Y LA COMPAÑIA - PABLO III LOYOLAEs difícil determinar los motivos del rechazo hacia los jesuitas en determinados momentos de nuestro pasado. Quizás encontremos algunas respuestas en la obra de las hermanas María y Laura Lara, Ignacio y la Compañía. Del Castillo a la Misión*, que aborda la historia de la orden religiosa desde su fundación en el año 1540 hasta nuestros días. Si observamos algunas de las particularidades que rigen la organización de la Compañía, intuiremos el origen de los recelos de las instituciones y dirigentes: los privilegios y excepciones fiscales; la obediencia incondicional al Papado por encima de los estados o naciones; su implicación en las misiones que, en ocasiones, contravenían los intereses de los gobiernos; su influencia en la Corte; su enorme red de centros educativos o su defensa de la ortodoxia católica. El trabajo de investigación de las hermanas Lara, más que centrarse en las disputas acerca de los jesuitas (aunque estén muy presentes en sus páginas), indaga en la historia de la Compañía y en sus aportaciones al mundo y a la religión.
La obra, que fue galardonada con el XIII Premio Algaba, combina el rigor histórico con el carácter divulgativo para ofrecer al lector interesado un recorrido por el viaje de los jesuitas, desde sus humildes orígenes hasta la elección de Jorge Mario Bergoglio como Papa. Obviamente, se dedica una parte importante del libro a estudiar la vida y obra de su fundador, san Ignacio (Iñigo según su nombre de nacimiento) de Loyola. El trabajo, sin embargo, no se limita a unir las biografías de destacados jesuitas, antes bien es la orden, como ente colectivo, la auténtica protagonista. Así lo explican las autoras en su introducción: “Al servicio de la ‘Mayor gloria de Dios’, como reza su lema, los Amigos de Jesús saltaron de inmediato de su organización interna a la Historia Universal, no solo por hallarse en la exploración del orbe cuando en pleno Renacimiento se estaban dilatando sus márgenes, sino porque el poderoso cuarto voto, de obediencia absoluta a Roma, los colocaba en un papel incómodo ante los regímenes temporales, en tanto en cuanto desde sus filas se creían ya ciudadanos, de carne y hueso, de una ciudad de Dios susceptible de ser contemplada en torno a la plaza de las misiones”.
IGNACIO Y LA COMPAÑIA - MISIONES JESUITICASIGNACIO Y LA COMPAÑIA - PABLO III LOYOLATodo comenzó el 20 de mayo de 1521 en Pamplona. El ejército francés atacó la ciudad navarra e Iñigo de Loyola, que por aquel entonces contaba con treinta años, fue uno de los defensores de la ciudad, que cayó herido por una bala de cañón. Hasta entonces había mantenido una vida secular como cualquier joven de la época, pero durante su convalecencia comenzó a leer la Vida de Cristo del cartujo Ludolfo de Sajonia y la Flos Sanctorum de Jacobo de la Vorágine, que ejercieron una gran influencia sobre el malherido soldado. 
Tras su recuperación inició un viaje espiritual que le llevó a recorrer gran parte del continente (Cataluña, Italia, los Santos Lugares o Francia). A lo largo de estos años se formó intelectualmente, con estancias en las universidades de Alcalá de Henares y en la Sorbona de París, y llevó una vida austera y centrada en la ayuda de los menesterosos. Todo ese esfuerzo y dedicación se vio recompensado el 27 de septiembre de 1540 con la bula de aprobación Regimini militantes Ecclesiae, por la que el papa Pablo III aceptaba la constitución de la Compañía de Jesús.
El momento en que se constituye la orden no es intrascendente. Durante la mitad del siglo XVI, Europa sufre una profunda crisis política como consecuencia de la aparición del movimiento reformista iniciado por Lutero. El cisma en la Cristiandad condicionará el rumbo del continente durante las dos próximas centurias. La respuesta del catolicismo a las ansias de renovación en la Iglesia fue el Concilio de Trento y el inicio de la Contrarreforma. Al calor de los debates teologales surgió la Compañía de Jesús. Como señalan las hermanas Lara, “La espada y la cruz andaban de la mano, de ahí que si era necesaria una nueva articulación del poder político, no resultaba menos preciso el purificar los hábitos religiosos. El espíritu que impulsó la fundación de la Compañía fue la necesaria renovación interior de la Iglesia”.
Una vez constituida la Compañía, la obra de María y Laura Lara desglosa los sucesivos hitos que atravesaron los jesuitas hasta su definitiva consolidación. Tras explicar los principales rasgos de su organización y las medidas adoptadas por los primeros Padres Generales, la narración se aleja de Europa y se encamina a dos polos esenciales para comprender la historia de la orden religiosa: Asia y América. En el continente asiático encontramos las figuras de Francisco Javier, Matteo Rici, Alessandro Valignano, Alonso Sánchez o Roberto de Nobili, cuya labor pastoral fue fundamental para introducir el cristianismo en aquellas remotas tierras, aunque sus métodos fuesen a veces cuestionados y objeto de una agria polémica. En el Nuevo Mundo, por su parte, las acciones adoptadas se realizaron generalmente en consonancia con las autoridades españolas o portuguesas, sin olvidar el importante papel que desempeñaron las misiones jesuitas.
IGNACIO Y LA COMPAÑIA - MISIONES JESUITICASLa llegada del siglo XVIII supuso un duro revés para la Compañía. Portugal, Francia, Nápoles o España, entre otros Estados, expulsaron a los jesuitas de sus territorios. La acusación de conspirar contra el gobierno o de provocar motines, los enfrentamientos con otras congregaciones y el espíritu de la Ilustración que empezaba a florecer forjaron un sentimiento generalizado de rechazo que desembocó en la expulsión. El breve Dominus ac Redemptor, promulgado por el papa Clemente XIV el 21 de julio de 1773, liquidaba la Compañía. La supresión apenas duró unos años y en el siglo XIX los jesuitas recobraron parte de sus posesiones y potestades, aunque esta centuria tampoco fue fácil para la orden, con sucesivas expulsiones y conflictos internos. Para las las autoras, “[…] como todo descalabro, las expulsiones transmitieron una enseñanza y fue el anhelo de mantenerse independientes de los partidos políticos, propiciando la cohesión social de los creyentes con los círculos obreros católicos y las congregaciones marianas. Habían salido de la clandestinidad gracias a su tesón, fortaleza y confianza, reconstruyendo lo nuevo a partir de lo mejor del pasado. El antiliberalismo, la neoescolástica y la devoción al Sagrado Corazón marcarían la vida de la Compañía en el último tercio del XIX y los albores del XX”.
Los últimos capítulos del libro están dedicados a examinar la función de la Compañía de Jesús en el siglo XX y principios del XXI. Los problemas derivados de la aparición de la Teología de la Liberación, su acomodación a las nuevas tecnologías y a las nuevas realidades del mundo, el papel desempeñado por la orden durante la Guerra Fría o la figura de Jorge Mario Bergoglio son algunos de los temas que se abordan en estas páginas.
No suele ser frecuente, y menos en los tiempos que corren, encontrarse obras que aborden sin sesgos y con un espíritu objetivo la historia de congregaciones religiosas o de la propia Iglesia. El trabajo de las hermanas Lara es una excepción a esta tendencia. Mediante un encomiable esfuerzo historiográfico han construido un relato ameno e interesante sobre la que posiblemente sea la orden religiosa más importante del cristianismo, la Compañía de Jesús.
María Lara Martínez y Laura Lara Martínez (Guadalajara, 1981), son historiadoras y escritoras. Doctoras Europeas en Filosofía por la Universidad Complutense y Licenciadas en Historia por la Universidad de Alcalá, en 2005 ambas hermanas ganaron el Primer Premio Nacional de Fin de Carrera en los Estudios de Historia concedido por el MEC y el Premio Uno de la UAH, y en 2007 recibieron el Premio Extraordinario de Licenciatura (concedido por el Ministerio de Educación y Ciencia). Ejercen su magisterio como profesoras de Ciencia Histórica y Antropología de la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA, donde María es Directora del Departamento de Historia y Humanidades y Laura Profesora Titular de Historia Contemporánea.
*Publicado por la editorial Edaf, noviembre 2015.

viernes, 1 de enero de 2016

Galeón San José: Hundido con el oro de la 'Santa Cruzada' y los impuestos del rey




HALLAZGO / DOCUMENTOS

Las cuentas de los funcionarios en Panamá, detallan los impuestos y bienes que embarcó la flota

Galeón San José: Hundido con el oro de 

la 'Santa Cruzada' y los impuestos del rey



JULIO MARTÍN ALARCÓN ( @Julio_M_Alarcon ), 28/12/2015



  • Hallamos en documentos del Archivo General de Indias las cuentas del tesoro hundido con el 'San José', que ya reclaman varios países
  • Según el registro realizado en Portobelo, Panamá, antes de partir a Cartagena, la flota que comandaba el galeón zarpó con un tesoro de 5.623.396 pesos

Galeón San José
El 'San José' se hunde por el fuego del 'Expedition' 




"Prozedidos de los trescientos y cincuenta mil ducados de la Avería del Sur que está obligado a pagar el comercio y consulado del Perú se han recaudado cincuentamil pesos en atención a la moratoria por el Virrey del Perú. Por la manera y monta todo el tesoro que vino y se ha agregado a S. M (Su Majestad), de estas consignaciones: un millónquinientos y cincuenta y tresmil seiscientos nueve pesos y reales y medio (...) Porquenta y perteneciente a la bula de la Santa Cruzada se reportan en este galeón ochenta y sietemil ciento y sesenta pesos y cincomil como favor a la partida de este (...) Porquenta se remiten en el galeóndos pozuelos de plata labrada con las piezas siguientes: una lámpara grande que pesa cientocuarentayocho marcos, un pelícano grande, tres pequeños...".
Así es la relación de las únicas cuentas oficiales y documentadas que existen de las riquezas que transportó el galeón San José: la carga del tesoro que se hundió en Cartagena de Indias en 1708 y cuyos restos acaban de ser hallados en aguas colombianas.
El documento transcrito con el que arranca este reportaje lo conforman siete folios de apretada letra a pluma escrita por los funcionarios españoles en Portobelo, Panamá, fechados y firmados el 20 de mayo de 1708. Unas cuartillas cosidas a mano con posteridad y aprobadas con un sello en el que se lee la fecha de 1709, probablemente en Madrid.


El manuscrito original, rescatado por Crónica del Archivo General de Indias gracias a la colaboración de la subdirectora Pilar Lázaro, forma parte de las llamadasCartas cuentas de oficiales reales de 1559 a 1723, un legajo escurridizo que consta de cinco números y miles de páginas, el último de ellos, el perteneciente a la Caja de Portobelo de 1601 a 1723 donde se hallan los folios que describen lo que debió recoger la flota.
Es la contabilidad pormenorizada que los funcionarios del rey anotaron en el último puerto en el que amarró la Flota de Tierra Firme, que comandaba su nave capitana, el galeón San José, antes de ser atacadas por navíos ingleses cuando se dirigían a Cartagena de Indias.
Su encabezado, "Relación sumario de Real impuesto... y lo que de esto se remite a su Majestad en los galeones de la presente Armada del General Conde de Casa Alegre...", explica los pagos de la "Avería del Sur" -el impuesto de la corona a los comerciantes-, la "Santa Cruzada" -impuesto para la Iglesia-, el "Salario de los Señores del Consejo", "Posadas", "Obras Pías" -aportaciones de particulares para la Iglesia- y los "Bienes de Difuntos" -las herencias con destino a España o recaudadas en caso de no haber descendencia-... Son los pesos y reales de a ocho, además de los objetos como diademas, cálices, lámparas -que describen en sus páginas detallando cada una de sus piezas y peso-, que ocupaban las bodegas de los galeones, la mayoría de estos últimos en concepto de aportaciones a la Iglesia.


Sin embargo, lo que consignan con minuciosidad los funcionarios en Portobelo está todavía lejos del total de riquezas que transportaban. A diferencia de lo que se conoce como el «Registro de Navío», el documento que la Casa de Contratación de Sevilla elaboraba para cada barco de las flotas que partían y llegaban a España y en el que se especifica todo lo que alojaba cada barco en sus bodegas, lo que ha sobrevivido son las cuentas de Portobelo, la relación de impuestos que se habían recaudado para el rey Felipe V, la Iglesia y otros organismos y que debía llevar la flota de regreso a España, pero que no incluye la mayor parte de los bienes de los particulares. El registro del San José se hundió casi con toda probabilidad con él.
Lo que sí se sabe es que las monedas de oro y plata, las joyas y los objetos valiosos se alojaban entre los dos barcos más poderosos de la flota, es decir, en los galeones que custodiaban el convoy: la capitana, el San José hallado ahora según las autoridades colombianas, y la almiranta, el navío gemelo, San Joaquín. Por ley se dividía a partes iguales, aunque la capitana, por ser la que dirigía la Flota de Tierra Firme, siempre cargaba un porcentaje algo mayor. Además de la gobernanta, el tercero de los navíos destinado a la protección del convoy y el única capturado por los ingleses, los mercantes que custodiaban son los que transportaban las mercancías con los bienes del galeón de Manila, procedentes de Filipinas, y las materias primas del Virreinato de Perú, que era prácticamente la extensión de toda Sudámerica entonces, a excepción del Brasil portugués.

Testigos del hundimiento

La mejor estimación de lo que no puede revelar el documento del Archivo General de Indias es el testimonio de los supervivientes y especialmente del San Joaquín que logró escapar del ataque inglés y consiguió resguardarse en el puerto de Cartagena de Indias. El navío conseguiría regresar a España tras un larguísimo periplo. No salió con destino a La Habana, la primera escala original de la Flota hasta el 17 de septiembre de 1711, en donde tuvo que esperar varios meses más hasta regresar por fin a Sanlúcar en 1712. Para entonces el almirante Villanuevaque comandaba el barco había fallecido, no sin antes escribir una carta al rey en el que hizo una estimación de las riquezas que transportaban ambos navíos antes del fatal hundimiento del San José.


Villanueva, tal y como recoge la investigadora Carla Rahn Philips en su obra The Treasure of the San José (el tesoro del San José), estimó que la plata ascendía a tres millones y el oro a más de cuatro, con la salvedad de que en el caso del oro no estaba seguro, porque reconocía que una gran cantidad era escondido por los particulares en baúles de ropa, escritorios, bolsas que llevaban siempre consigo... En total la cifra podía ascender a 12 millones de pesos (se ha llegado a hablar esta semana de que su equivalencia a moneda actual es de más de 15.000 millones de euros). Por otra parte, tras la batalla, los marineros de la Armada española apresados por los ingleses contaron a sus captores que, según sus impresiones y sumando la plata y el oro, se habían transportado en el San Joaquín entre cuatro y seis millones de pesos y una cantidad ligeramente mayor, entre cinco y siete millones en el San José.
Muchos de los tesoros consistían además en piedras preciosas de las que no hay registro. El propio Villanueva anotó al rey que no tenía constancia de qué había sido de una " de una caja de perlas enviadas del Rio de La Hacha como parte del quinto real que correspondía a la corona". Las perlas habían estado en posesión del conde de Casa Alegre, que las recibió en nombre del rey. Villanueva no pudo aclarar si Casa Alegre había dejado las perlas en Cartagena o si se las había llevado con la flota a Portobelo. De ser así, la caja con las perlas descansaría en el fondo del mar junto al San José y el propio conde. Lo que es incuestionable es que la Flota de Tierra Firme que partió de España en 1706 fue un completo fracaso.

La parte de la corona

El fabuloso tesoro que se disputan de distinta forma el actual Perú, Colombia y España oculta una realidad que apenas sale a la luz cuando la fascinación por los tesoros hundidos en el mar cautiva la imaginación. Cuando los restos de la azarosa flota llegaron por fin a España resultó que las cuentas del rey habían mermado dramáticamente: apenas recaudaron un millón y medio de pesos, el equivalente a un año, cuando habían transcurrido seis.
Los desastres, las reparaciones de las flotas maltrechas, los salarios, los retrasos y las cuentas pendientes, se llevaron una gran parte antes de llegar a España. Y el Virreinato de Perú gastaba hacia principios del siglo XVIII más de lo que ingresaba. Además de administrar las finanzas de una extensión enorme, Lima había sufrido un terremoto en 1687 que devastó la ciudad.
Las monedas relucen en el fondo pero no brillaron en la superficie. Las imágenes esta semana de cañones y vasijas en el fondo del mar despejan la leyenda de uno de los pecios más buscados por los cazatesoros de todo el mundo y abre una nueva polémica sobre a quién pertenece lo que se pueda recuperar.

Batallas legales

Sin que ni una sola pieza de oro o plata haya emergido aún, los gobiernos de tres naciones, además de la empresa Sea Search Armada, que ya dijo haber localizado el pecio hace tres décadas y que litiga con Colombia desde entonces, se han enzarzado en una disputa que amenaza con años de batallas legales, como ya ocurriera con el célebre tesoro de Nuestra Señora de las Mercedes. Colombia esgrime la territorialidad de sus aguas. España, la soberanía sobre lo que considera un buque de Estado, protegido por un convenio de la Unesco, que Colombia no ha suscrito. Y Perú, la procedencia de la plata, que en su mayor parte salió de las minas de Potosí.
En el fondo del mar yacen con el presumible oro y las joyas preciosas los marinos españoles que perecieron defendiendo la nave, y la gloria de un pasado colonial: la grandiosa empresa marítima del Imperio Español que recorría medio mundo basado en el monopolio comercial y la explotación y que se dilapidó con los siglos.

Hallan una nave romana con más de 2.000 ánforas de 'garum' bético

Pecio romano
Foto: Carabinieri Subacquei / Soprintendenza Archeologia della Liguria

Un equipo de arqueólogos localiza un pecio del siglo I d.C. que transportaba 'garum', probablemente elaborado en Cádiz
La Superintendencia Arqueología de la Liguria y la Legión Carabinieri Liguria han localizadoun pecio romano de la segunda mitad del siglo I d.C. frente a la costa de Alassio, al noroeste de Italia, según informa dicho organismo en un comunicado. El barco fue detectado en el verano de 2013 por un pescador y finalmente fue descubierto el pasado mes de noviembre con la ayuda de un vehículo subacuático y a unos 200 metros de profundidad. Al igual que el Cap del Vol, hallado cerca del Port de la Selva (Girona), fue concebido para la navegación de cabotaje, es decir, para transportar un cargamento a lo largo de la costa, sin adentrarse en aguas profundas pero expuesto a los peligros de la costa.

Una salsa con efecto afrodisíaco

El pecio Alassio 1, como ha sido bautizado, tenía entre 27 y 30 metros de longitud. Se trata de un hallazgo excepcional por las características de su cargamento: unas 2.000 ó 3.000 ánforas de garum, la salsa más codiciada de la época romana, hecha con vísceras de pescado fermentadas y que supuestamente tenía un efecto afrodisíaco. La salsa se disolvió tras hundirse en el mar, precisamente en el medio que la había originado. La nave provenía de un puerto de la Bética, "probablemente Cádiz, que en época antigua representaba el principal centro de la industria de conservas del pescado", según los arqueólogos. Un par de ánforas manufacturadas exclusivamente alrededor del río Tiber sugiere la hipótesis de que la nave procedía originalmente de Roma y que, después de cargar el garum en un puerto bético, regresó bordeando la costa hasta que naufragó repentinamente junto a la costa ligur.