jueves, 26 de junio de 2014

Los 10 retablos cerámicos indispensables de Sevilla

Los 10 retablos cerámicos indispensables de Sevilla

Los retablos cerámicos que integran esta lista destacan por su singularidad, más que por su innegable calidad artística
Los retablos cerámicos que integran esta lista destacan por su singularidad, más que por su innegable calidad artística

La reciente retirada del azulejo que corona el Arco de la Macarena por motivos de conservación, y la extraña broma que ha dejado termporalmente oculto al jilguerode San Pedro, han puesto de manifiesto la importancia artística de estas piezas de cerámica que, en gran número y calidad, lucen en infinidad de templos sevillanos sin que a veces se le reconozca su valía.

Para repasar los más destacados, nada mejor que la experta opinión de los miembros de la web Retablo cerámico y de la Asociación de Amigos de la CerámicaNiculoso Pisano, con el ceramólogo Martín Carlos Palomo a modo de portavoz.

La lista, más que en la innegable calidad artística, se ha basado en aquellos criterios que los hacen únicos, como son la época, la técnica, la historia, el realismo, el tamaño o, por ejemplo, el emplazamiento, como ocurre con el citado azulejo de la Esperanza Macarena. Sirva esta obra como punto de partida de una lista en la que el orden es accesorio.


1. El Gran Poder, en San Lorenzo

Detalle del retablo cerámico del Gran Poder, de 1912, modelo del estilo realista imperante en Sevilla
Detalle del retablo cerámico del Gran Poder, de 1912, modelo del estilo realista imperante en Sevilla

En la fachada principal de la parroquia de San Lorenzo, la que da a la plaza del mismo nombre, a la altura de la que hoy es la capilla del Dulce Nombre, luce un retablo cerámico al más puro estilo sevillano. No sólo porque en él figura Jesús del Gran Poder, sino porque fue el primer azulejo que se colocó en el siglo XX, iniciando un estilo realista que se extendería plenamente al conjunto de templos de la ciudad.

La obra destaca por dos motivos: por encontrarse la imagen dentro de una especie de hornacina, de bella arquitectura, y por presentar la túnica de los cardos, confeccionada por las Hermanas Antúnezdurante el año de 1880.

El devoto conjunto del retablo logró que se reconsiderara la decisión de sacar al Gran Poder a la calle únicamente con túnica lisa. No obstante, el tiempo ha hecho prevalecer este atavío, dejando lastúnicas bordadas para casos especiales. La última vez que se pudo ver al nazareno a la manera del azulejo fue en 2008.

El visionario encargo fue ejecutado por el maestro ceramista Manuel Rodríguez y Pérez de Tudela, sobre la iniciativa de Antonio Mejías, por aquel entonces Hermano Mayor del Gran Poder, y colocado el 31 de marzo de 1912, como recuerda Jesús Palomero en «Ciudad de retablos».

Dentro de la basílica, en el columbario, existe una réplica de este simbólico azulejo. Antonio Rodríguez Palacios, presidente del Colegio de Veterinarios de Sevilla, encargó en 1920 al mismo autor una copia del retablo para su vivienda particular, hoy el número 39 de la calle Goles. Al traspasarse la propiedad, la familia decidió donarla a la hermandad.

2. Nazareno de la O en su parroquia

El azulejo que luce en la parroquia de La O muestra la iconografía del Nazareno, sin atender a los rasgos concretos del Cristo de Roldán
El azulejo que luce en la parroquia de La O muestra la iconografía del Nazareno, sin atender a los rasgos concretos del Cristo de Roldán

Esta pieza es necesaria por ser la más antigua de cuantas figuran en las fachadas de los edificios religiosos sevillanos, concretamente de 1760. Aunque se desconoce su autoría, su origen es el mismo que su destino: Triana.

La costumbre hace dudar cuando se contempla este azulejo sito en la fachada de la parroquia de la O. ¿Es realmente el «jorobaito» de Triana? Lo cierto es que no. «Hasta el siglo XX los retablos cerámicos representaban iconografías, no las tallas concretas que se veneraban dentro del templo», explica Martín Carlos. La razón es obvia: al no haber fotografía, resultaba una tarea árdua conseguir un modelo que calcar.

Es curioso que, aunque éste sea el icono en el que se terminarían basando los trabajos de principios de siglo XX, el paisaje, la Calle de la Amargura que contextualiza la escena, es menos agreste y apocalíptica que las que se realizarían a posteriori.

3. Cristo de la Buena Muerte en la Anunciación

En el lateral de la iglesia de la Anunciación aún se puede ver el retablo del Cristo de los Estudiantes
En el lateral de la iglesia de la Anunciación aún se puede ver el retablo del Cristo de los Estudiantes

Si hasta ahora, los retablos han destacado por cuestiones temporales, por ser pioneros en la historia o en el estilo actual, para la asociación hay otros que merecen su lugar en esta lista por el espacio que ocupan, en fachadas que fueron sede histórica de la imagen y que hoy son sólo recuerdos del pasado. Pero que siguen permaneciendo allí.

Se aprecia en el retablo cerámico de la Virgen de la Estrella en la iglesia de San Jacinto, donde radicó hasta labrarse capilla propia en 1976. Sin embargo, es aún más llamativo el caso del azulejo del Cristo de la Buena Muerte, dada la distancia que separa el templo de la Anunciación de la sede central universitaria en la actualidad.

Antonio Kiernam fue el artífice de este retablo, realizado en Cerámica Santa Ana sobre proyecto deAntonio Delgado Roig, Alberto Balbontín y Francisco Collantes de Terán. Además de por la maestría en la cerámica, destaca por el imponente moldurón que envuelve la pieza, y que alcanza los 6 metros de largo por 3 de ancho.

La obra buscaba ser homenaje a las bodas de plata de la hermandad, pero finalmente se bendijo el 25 de octubre de 1953. Hasta el año 66, la Plaza de la Encarnación contó cada Semana Santa con la presencia del crucificado de Juan de Mesa. Hoy, a pesar de los vanguardistas cambios en la fisonomía del enclave, aún luce la Buena Muerte en el testero lateral.

4. Pastora de Capuchinos en su atrio

Representación, en azulejos, de la Coronación Canónica de la Pastora de Capuchinos
Representación, en azulejos, de la Coronación Canónica de la Pastora de Capuchinos

Como representación de las Glorias, los miembros de la web han escogido este retablo, que puede contemplarse en el atrio del convento de los Capuchinos, y en él que se se dan cita varias curiosidades.


En primer lugar, la imagen que aparece no es un retrato del Cristo o la Virgen en cuestión, ya sea en el camarín, en el ideario del autor o en medio de la calle de la Amargura. Aquí se plasma un episodio reciente, sobre la talla y no sobre la advocación: la imposición de la diadema a manos del Obispo de Ostracine en 1921, acto reconocido en 2004 como Coronación Canónica.


En segundo lugar, por los «asistentes» al evento. Además de la autoridad eclesiástica y de numerosos miembros de la orden capuchina, en la zona inferior aparecen una serie de invitados de excepción.

El que mira al espectador es Manuel Ramos Rejano, dueño de la fábrica de cerámica donde se elaboró la pieza. Junto a él figuran los poetas José María Izquierdo y José María Pemán y, para rematar la simbología, justo donde se aprecia la firma del autor, Enrique Orce Mármol, aparece su autorretrato.

5. Cristo del Amor en Villegas

Imponente, el azulejo a tamaño natural del Cristo del Amor que se puede contemplar en la calle Villegas
Imponente, el azulejo a tamaño natural del Cristo del Amor que se puede contemplar en la calle Villegas

Es inevitable. Al transitar por la calle Villegas, la vista se va al retablo cerámico en el que, bajo tejaroz(el «dosel» de obra) aparece la sagrada imagen del crucificado del Amor. «Estamos hablando de una pieza a tamaño natural, de 4,80 por 3,75 metros, y que además tiene una calidad sobresaliente», explica Martín Carlos Palomo.

El efecto de realismo se consigue a través de la exquisita factura, tanto de los elementos que simulan madera tallada y bañada en oro, en claro recuerdo al paso del Cristo, como por los candeleros que emergen de la cerámica, así como por los pequeños jarrones que, en la parte inferior, exornan en ocasiones la escena.

Fue donado por Manuel Casana, Teniente de Hermano Mayor, en 1930, quien encargó la obra aEnrique Mármol Rodrigo, en colaboración con Manuel Cañas, y que se ejecutó en la fábrica de Nuestra Señora del Rocío.

Casana quedó tan enamorado de la pieza que encargó una réplica. Se desconoce si el autor fue el mismo, pues hay un notable descenso en la calidad, pero entre 1931 y 1964, un azulejo idéntico lució en el patio interior de la carpintería que el benefactor regentaba en la calle Santo Domingo de la Calzada.

Tras el cierre del negocio, se recolocó en la Hacienda Mejina, en Espartinas, donde aún se puede contemplar a día de hoy, rojo damasco de fondo.

6. Sagrada Mortaja en el compás de su templo

Azul cobalto sobre blanco: el único retablo cerámico monócromo de toda Sevilla
Azul cobalto sobre blanco: el único retablo cerámico monócromo de toda Sevilla

A simple vista podría parecer el más antiguo. Y, en esencia, lo es. Lo que se representa es un grabado recogido en el libro de reglas de la hermandad de la Sagrada Mortaja titulado «Nuestra Señora de la Piedad de Santa Marina», obra de Diego San Román y Codina que data de 1751.

Sin embargo, su «transfiguración» en azulejo llegó en 1973 a manos de José Escolar Mateos, en lafábrica Montalván, que crearon este retablo que luce en el compás del ex convento de la Paz. Ya no en Santa Marina, como la escena original, pues la hermandad se ve obligada a abandonar dicho templo por los sucesos del 36.

Para los miembros de la web Retablo Cerámico, este azulejo es fundamental por ser el único monócromo, tan sólo empleando el azul cobalto sobre el fondo blanco.

7. Virgen del Subterráneo en su sede

Detalle del azulejo de la Virgen del Subterráneo, «intacto» por casualidad
Detalle del azulejo de la Virgen del Subterráneo, «intacto» por casualidad

La presencia de este retablo cerámico en la actualidad es fruto de una decisiva coincidencia. De ahí que el equipo de la web no dude en situarlo como pieza indispensable.

Observando en la esquina inferior derecha aparece un año: 1959, que no es otro que la fecha de colocación de esta obra, realizada por Antonio Morilla en la fábrica de Pedro Navia. Sin embargo, el cofrade más avezado sabrá que la Hermandad de la Cena no llegó a los Terceros hasta el año 1973. Que su última etapa la pasó en la iglesia de la Misericordia.

Ahí está la clave. El azulejo lucía en la fachada del citado templo, y a la marcha de la corporación sacramental, quedó allí, recordando la devoción a la Virgen del Subterráneo.

En 1978, por necesidad de obras en la fachada de la Misercordia, el Rector de San Juan de Dios avisa a la Hermandad para que se retire el azulejo. Tras un análisis técnico, se conoce que si la obra se desmonta acabaría con daños irreparables, por los materiales empleados, por lo que se acuerda con laJunta Provincial de Beneficencia, propietaria del inmueble, dejarlo allí.

Sin embargo, los religiosos se empecinan y dan orden a los operarios de quitar la pieza «pues la Virgen ya no residía allí». Esa escena fue la que se encontraron dos hermanas y camareras de la dolorosa, que pasaron casualmente por el templo. Aunque se llegó a fragmentar la cara de la Virgen, las dos restauraciones a las que ha sido sometido el retablo demuestran que luce como el primer día.

8. Los Servitas en su capilla

El retablo cerámico de Los Servitas ha sido testigo del devenir de la hermandad, del auge al olvido, y vuelta al resurgimiento
El retablo cerámico de Los Servitas ha sido testigo del devenir de la hermandad, del auge al olvido, y vuelta al resurgimiento

Según la Asociación Niculoso Pisano, la singularidad de este retablo radica en el devenir histórico de la corporación a la que representa. A diferencia de la de muchas hermandades, en tiempo pujantes y hoy extintas, la historia de Los Servitas habla de una reactivación «in extremis». Tras décadas de olvido y decaimiento, varios cofrades deciden recuperar, en 1950, el culto a sus sagrados titulares, en especial a la Virgen de los Dolores, gran devoción de antaño.

Tanto es así, que necesitaron de una nueva aprobación, por parte del Arzobispado, para volver a efectuar Estación de Penitencia a la Catedral, ya en la tarde del Sábado Santo. De 1972, por vez primera.

Así, el retablo cerámico que nos ocupa es un regalo que la historia hace a la hermandad actual, una herencia de la Orden Tercera de los Siervos de María, la que decide colocarlo en la parte alta de la fachada, allá por el siglo XVIII, sin poder precisarse una fecha concreta.

Precisamente, son los fundadores de la Orden, San Felipe Benicio y Santa Juliana de Falconieri, los que aparecen en torno a la figura de la Virgen en sus Siete Dolores. Poco se conoce de esta obra, salvo que procede de algún taller de cerámica de Triana.

9. El Prendimiento en su capilla

Detalle del azulejo del Soberano Poder en su Prendimiento, siendo el antiguo Cristo el que figura
Detalle del azulejo del Soberano Poder en su Prendimiento, siendo el antiguo Cristo el que figura

Lo que destaca aquí es el protagonista, pues si bien la advocación es la misma, la del Soberano poder en el Prendimiento, la talla cambia. En el azulejo aparece la efigie atribuida a la gubia de Ruiz Gijón, y no la actual de Castillo Lastrucci.

El retablo fue colocado en 1930, fecha en la que aún procesionaba el cristo que hoy se venera en laparroquia del Juncal. Aunque se cambió la imagen en 1945, el azulejo ha permanecido intacto, en deferencia a una talla que recibió la veneración de la hermandad durante al menos tres siglos.

Si antes comentábamos que el azulejo del Gran Poder de 1912 sentaba las bases de un estilo venidero, en esta producción de Antonio Kiernam se ve claro. La «arquitectura» que enmarca al Cristo es una copia evidente de la que plantease Pérez de Tudela para el señor de Sevilla. El parentesco entre ambos, tío y sobrino, justificaría este uso casi como un homenaje al maestro, fallecido en 1926.

Como curiosidad, tanto éste como el de la Virgen de Regla presentaron tejaroces hasta 1961. También es llamativo que el retablo de la dolorosa, del mismo autor, tenga fondo liso y el del Cristo presente «un brocado en oro».

10. Esperanza de Triana en Pastor y Landero

El azulejo de la Esperanza de Triana en Pastor y Landero recuerda sentidas saetas de los presos de la Cárcel del Pópulo
El azulejo de la Esperanza de Triana en Pastor y Landero recuerda sentidas saetas de los presos de la Cárcel del Pópulo

No podrían faltar en esta lista aquellos retablos que son muestra plausible de devoción, al estar situados en fachadas de edificios públicos y no en templos. Para Martín Carlos Palomo no hay duda, «el mejor es el de la Esperanza de Triana en la calle Pastor y Landero con Almansa, en lo que anteriormente era la Cárcel del Pópulo».

¿Por qué este enclave? Porque desde ese punto, donde se encontraba el locutorio de presos, los propios reclusos cantaban sentidas saetas a la Virgen, cuyo palio se volvía y detenía ante los internos. Sin ir más lejos, la marcha «Soleá dame la mano» nació de esta estampa, de un cante al alba de una madrugá a la que asistió Manuel Font de Anta, una saeta con la siguiente letra: «Soleá dame la mano, por las rejas de la cárcel, que tengo muchos hermanos, huérfanos de padre y madre. Eres la Esperanza nuestra, estrella de la mañana, luz del cielo y de la tierra, honra grande de Triana».

Fue creado en 1955 por Antonio Kiernam y Cerámica Santa Ana, a iniciativa de la hermandad, aunque también es notorio el trabajo del marco, a cargo del taller de Emilio García Ortiz.

El mimo con el que se cuida esta obra es loable. Una hermana, y residente en el edificio, Ángeles López Ramírez, se encargó de exornar con flores el azulejo hasta su muerte, en 1995. Su sobrina,Dolores Domínguez, recibió gustosa este legado que aún continúa. 

De Italia a Sevilla, los misterios que idearon Miguel Ángel y Ciseri

De Italia a Sevilla, los misterios que idearon Miguel Ángel y Ciseri

El cuadro de Cisseri, Jesús ante Pilato, en el que se inspiró Castillo Lastrucci para la realización del misterio de San Benito
El cuadro de Cisseri, Jesús ante Pilato, en el que se inspiró Castillo Lastrucci para la realización del misterio de San Benito

“Confiaba yo sobre manera que Dios os daría una gracia sobrenatural para hacer este Cristo; después de verlo tan admirable que supera, en todos los aspectos, cualquier expectación; porque, animada por vuestros prodigios, deseaba lo que ahora veo maravillosamente realizado y que es la suma de la perfección, hasta el punto que no se podría desear más, y ni tan siquiera a desear tanto”(1540. Agradecimiento por la entrega de un cuadro de Cristo en la cruz).

Roma - 1536

Vittoria

Ella se llamaba Vittoria Colonna, marquesa de Pescara, y sólo deseaba el ingenio de aquel hombre que revolucionó el arte de la Italia del Renacimiento. Andaba enamorado Miguel Ángel desde que la conoció en el monasterio de las Benedictinas de Santa Anna de Funari, en Roma. Vittoria se había recluido allí tras el fallecimiento de su marido, Ferrante Francesco d´Avalos, y decidió consagrar su vida a la religión y a la poesía, presa de la tristeza.

No eran pocos las personalidades y artistas que la visitaban y Miguel Ángel, sumido en una profunda crisis de fe, entabló desde el primer momento una gran amistad con la poetisa, con la que compartía aspectos religiosos y artísticos además de suponer para el maestro un icono de la belleza.

No era un hombre mujeriego, ni mucho menos. Tanto que la única mujer importante en su vida fue su madre, que murió cuando sólo era un niño. Todo cambió cuando conoció a Vittoria, la única que despertó el amor en el genio italiano. En las múltiples conversaciones que tuvo con ella, reencontró el camino de la fe y la fuente de inspiración.

Sin embargo, a pesar de que tenían una fuerte relación de amistad, Vittoria no le correspondía. De hecho, “llegó un momento en que Miguel Ángel escribía diariamente a la marquesa y ésta consideró prudente frenar al artista”, así lo indica la monografía “Miguel Ángel. Pintor, arquitecto y escultor universal”.

Miguel Ángel pintó para ella tres dibujos bíblicos: una Samaritana, una Piedad y un Crucificado expirante, este último a petición de la poetisa, que andaba deseosa de un cuadro que presidiera su oratorio personal. Comienza la historia.

La escultura de Lacoonte, que inspiró el dibujo que Miguel Ángel regaló a Vittoria y en el que se basó Marcos Cabrera para tallar al Cristo del Museo
La escultura de Lacoonte, que inspiró el dibujo que Miguel Ángel regaló a Vittoria y en el que se basó Marcos Cabrera para tallar al Cristo del Museo


Entre México y Sevilla - 1575

La Expiración según el Laocoonte

En aquella época en el Imperio no se ponía el sol. Sevilla era una ciudad puente entre Europa y el nuevo mundo, encrucijada del comercio y la cultura. Tanta gente pasaba por la ciudad y de tantos lugares del mundo que pronto llegaron los influjos renacentistas procedentes de Italia. La Italia deMiguel Ángel.

No era de extrañar, que cualquiera de sus obras fuera conocida rápidamente en los sectores artísticos de Sevilla, incluso las que menos trascendencia tuvieron…

“Los manieristas sevillanos conocían perfectamente la obra de Miguel Ángel y no es difícil que en 35 años llegara una copia a Sevilla de uno de los dibujos que regaló a Vittoria Colonna”, dice Gabriel Ferreras Romero, investigador del IAPH.

Un grupo de oficiales de la platería que escucharon el Domingo de Ramos de aquel año un sermón de la Pasión de Jesucristo, “en el que el predicador pintó con los más vivos colores las aflicciones del Redentor en el acto de exhalar el último aliento” –tal y como indica la publicación “Crucificados de Sevilla”–; decidieron instituir una cofradía titulada de “Nuestra Señora de las Aguas e Ynspiración de Christo”.

Para encargar la imagen del Crucificado contactaron con un capitán de barco que presumiblemente vivía entre Sevilla y México. Este capitán, tal y como descubrió Celestino López Martínez, se llamabaMarcos Cabrera –hasta entonces se pensaba que su apellido era Cepeda, ya que el Abad Gordillo lo confundió al escribirlo–. “Era un artista polifacético en el tratamiento de materiales”. Las condiciones eran realizarlo en pastas de madera y entregarlo en menos de un mes.

El capitán Cabrera, como era conocido, era un escultor influido por el manierismo procedente de Italia. Era consciente de lo que Miguel Ángel estaba innovando  y le había llegado a sus manos una de las copias del dibujo que Buonarroti regaló a Vittoria Colonna: el crucificado expirante.

Miguel Ángel se había inspirado para hacerlo, al igual que ocurrió con el fresco del Juicio Final de la Capilla Sixtina, en el Laocoonte con sus hijos: una escultura helenística que se había descubierto en 1506 y que restauró el propio Buonarroti. Posteriormente fue adquirida por el Papa Julio II y llevada al Vaticano, donde aún permanece en los Museos.

En el dibujo que regaló a la poetisa, aparecía un pequeño calvario con un Jesucristo expirante, la Virgen y San Juan. Cuando Vittoria Colonna murió, en 1547, Miguel Ángel recuperó del cuadro y la incluyó encarnando a María Magdalena abrazando a la Cruz. A la obra, que no se sabe dónde acabó, se le hicieron numerosas copias que se distribuyeron por toda Europa. En España, actualmente, hay una en Santa María de la Redonda, en Logroño –probablemente obra del propio Buonarroti–. Antes de regalarle la obra, Miguel Ángel le enseñó a Vittoria varios bocetos, que aún se conservan en el British Museum de Londres y en el Louvre de París.

El Cristo expirante del cuadro adopta una forma serpentinata, “en forma de llama, típico del manierismo que simboliza el triunfo del espíritu sobre la materia” y que Buonarroti concibió con la misma torsión que el Laocoonte.

Fascinado Marcos Cabrera con la copia que tenía en sus manos, decidió que el Crucificado que debía realizarle a la recién constituida hermandad debía ser de este modo, con una torsión laocontiana, digna de un genio como Miguel Ángel.

Menos de un mes después aquel Cristo del cuadro fue hecho escultura. Según Federico García de la Concha en “Crucificados de Sevilla”, cabe pensar que en tan poco tiempo “Marcos Cabrera lo moldearía en barro, fabricaría unos moldes, en los que vació la pasta y telas encoladas que lo constituye”. El resultado: un crucificado “de estética manierista, por los cánones y el violento escorzo de su cuerpo, que describe una serpentinata”.

No son pocas las leyendas que circularon alrededor de esta imagen. Y es que no dejó a nadie indiferente. Una de ellas cuenta que los hermanos quedaron tan impactados con el Cristo, que rápidamente arrojaron los moldes al río Guadalquivir para que no se hiciera otro igual. No se consiguió puesto que sólo quince años después, en 1590, Matías de la Cruz realizó uno prácticamente similar.

Había quien pensaba que la torsión del Crucificado venía dada por un desplazamiento de la pasta que formaba la imagen, que había hecho que se presentara de manera tan violenta.

No quedan ahí las leyendas de esta portentosa imagen. El periodista de ABC J. Félix Machuca, recogía en un artículo titulado “Un Cristo con entrañas aztecas” una leyenda que decía que “Marcos Cabrera realiza el Cristo el Museo siguiendo pautas y técnicas precolombinas. Para el pintor y escultor sevillano Ricardo Suárez esta técnica consiste en la mezcla de lienzos, cola animal y sulfato de cal que permite hacer la epidermis de la imagen que se refuerza en su interior con una estructura de machos de mazorcas de maíz y estopa, para hacerla ligera y liviana”. Teniendo en cuenta que el capitán Cabrera hacía la carrera de las Américas, podría haber conocido in situ la técnica del “papelón” que usaban los aztecas para tallar a sus ídolos.

Sin embargo, esta leyenda no puede ser confirmada en su totalidad puesto que, tal y como se indica en el mismo reportaje, “Peláez intervino engominando el interior de la obra de Cabrera con poliéster. No sabemos nada de los machos de mazorca que pudieron darle consistencia azteca a la talla”.

Lo que sí queda claro es que se trata de un Cristo que inventó Miguel Ángel y soñó Vittoria Colonna, que supone una de las obras cumbre de la imaginería sevillana. Como dijo el Abad Gordillo, “la imagen admira y pone devoción, y por sólo verla se mueve todo el pueblo…”


Piedad del Duomo, de Miguel Ángel. A su derecha el misterio de Santa Marta
Piedad del Duomo, de Miguel Ángel. A su derecha el misterio de Santa Marta


Roma – 1550

La cuarta Piedad (el misterio)

Hacía tres años que Miguel Ángel había perdido a la única mujer que amó en su vida. Como él mismo le contó a Antonio Condivi, “no había tenido dolor más profundo en este mundo que haberla dejado partir de esta vida sin haberle besado la frente, ni el rostro, como le besó la mano cuando fue a verla en su lecho de muerte”.

Buonarroti había recuperado las obras que regaló a Vittoria Colonna tras su fallecimiento y entre ellas estaba el dibujo a carboncillo de una Piedad. No era una Piedad al uso, como la del Vaticano, sino que seguía una línea serpentinata e incluía más personajes. Era un misterio bíblico: el traslado al Sepulcro.

Movido por un estado depresivo, comprendió que aquel boceto que regaló a Vittoria tenía que hacerse realidad. Pero no sólo para evocar la imagen de aquella mujer a la que tanto amó, sino para servir de monumento funerario del propio artista que a priori iba a ser en la basílica de Santa María la Mayor en Roma pero después cambió su idea para hacerlo en Florencia.

Es por eso que empezó a tallarla basándose en las líneas maestras de su dibujo a carboncillo. Estaba desesperado y completamente insatisfecho con lo que estaba haciendo. Tanto que llegó a intentar destruirla pero su criado le detuvo.

Lo que Miguel Ángel plasmó en el mármol fue a Nicodemo, María Magdalena y la Virgen María llevando al Señor descendido hasta su sepultura. Al igual que sucedía con el crucificado expirante, el cuerpo inerte del Señor está marcado por la misma torsión laocontiana, propia del manierismo.

Nicodemo era un escultor. Por esa razón, Buonarroti se autoretrató en la figura que porta por detrás al Señor.

Inconclusa la obra, Miguel Ángel se la vendió a Francesco Bandini que la tuvo en su domicilio hasta que fue trasladada a Florencia. Una vez allí pasó por distintos sitios hasta acabar en el Museo de la Ópera del Duomo, donde permanece hasta ahora.

Era su cuarta Piedad, la conocida como la del Duomo. Su boceto acabó en Boston, en el Museo Isabella Stewart Garden.

Sevilla – 1953

San Andrés

Habían pasado cuatro siglos y aún influía la obra de Buonarroti. La recién fundada Hermandad de Santa Marta encargó al escultor Ortega Bru la hechura de un misterio que recogiera el pasaje bíblico del traslado al sepulcro.

El escultor de San Roque admiraba a los artistas del renacimiento italiano. No era de extrañar que, cuando la corporación de San Andrés le encargó el misterio, se inspirara en el modelo pionero en este tipo de escenas: la cuarta Piedad de Miguel Ángel.

Según Jorge Bernales Ballesteros en “Las cofradías de Sevilla: historia, antropología y arte“, “el esquema sigue los textos evangélicos y puede haberse inspirado en diferentes versiones del arte occidental (Caravaggio, Rembrandt, etc) pero creemos que obedece al temperamento barroco del autor”.

“Sin embargo –continúa indicando–, hay en el primer grupo, el del Traslado, un elemento de grandiosidad que parece evocar la inacabada Piedad de la Catedral de Florencia (…). Precisamente en esta versión del genial artista aparece Nicodemo sosteniendo el cuerpo muerto de Jesús y, a los costados, la Virgen y la Magdalena de rodillas y en actitud se sostener el brazo del Redentor”, tal y como sucede en el misterio de Ortega Bru.

Hay quien piensa que Luis Ortega Bru pudo inspirarse también, a la hora de hacer el misterio de la Cena en 1983, en el fresco de Leonardo da Vinci que representa la Última Cena, que se encuentra en Milán. Sin embargo, esta afirmación está carente de base documental y apenas hay detalles que lo podrían corroborar.

Al igual que el Crucificado de la Expiración del Museo, aunque esta vez de forma indirecta, el Traslado al Sepulcro de Santa Marta está inspirado en un dibujo que Miguel Ángel regaló a Vittoria Colonna. De una historia de amor, han salido dos de las obras más importantes de la Semana Santa de Sevilla.

El misterio de San Benito está inspirado en este cuadro de Antonio Ciseri
El misterio de San Benito está inspirado en este cuadro de Antonio Ciseri

El caso de la Presentación al Pueblo

No sólo los escultores que trabajaron en Sevilla se inspiraron en Miguel Ángel. Según recoge Juan Carrero Rodríguez en “Anales de las Cofradías”, Antonio Castillo Lastrucci se inspiró en dos lienzos de autores distintos para representar la Presentación al Pueblo de San Benito.

Castillo conocía un cuadro del pintor italiano Antonio Ciseri, de 1891, llamado “Jesús ante Pilatos”. La obra, que la realizó para el Palacio Pitti de Florencia, es prácticamente una escena teatral: Pilatos se asoma al balcón donde está el pueblo, con unos ropajes blancos,  y lo presenta. “Ecce Homo”. En un escorzo hacia atrás, señala a un Jesucristo con el torso desnudo mientras contempla la escena desde dentro del palacio de Pilatos Claudia Prócula, una criada y varios romanos. Una composición similar es la que se puede observar cada Martes Santo por las calles de Sevilla. Este cuadro se encuentra ahora en la Galeria Nazionale d´Arte Moderno en Roma.

Sin embargo, al parecer Castillo también conocía otro lienzo de un pintor húngaro llamado Mihaly Munkacsy, que se encuentra en el Museo Deri de la ciudad de Debrecen. En este “Ecce Homo”, al contrario que ocurre con el de Ciseri, la escena aparece desde donde se congrega el público. Pilatos presenta con el mismo gesto a Jesús, que aparece con una clámide.

martes, 24 de junio de 2014

Revista Farua nº 17.- Presentación


Antonio Campos Reyes, Director del Centro Virgitano de Estudios Históricos nos hace llegar a través de Carlos Villoria (Dalías, Almería), la invitación a la presentación del nuevo número de la REVISTA FARUA, que tendrá lugar, D.m., el próximo viernes, 27 de junio, a las 8:30 de la tarde, en la Sala de Exposiciones de la Plaza de San Pedro de Berja. La revista viene cargada de novedades y abarca en sus 355 páginas una temática muy variada.





ÍNDICE




jueves, 19 de junio de 2014

SANTOS JULIÁ.- Último servicio a la democracia

Último servicio a la democracia

Toda democracia exige reformar y renovar sus cimientos

Hay que evitar nuestra secular manía de tejer y destejer




     
La abdicación del rey Juan Carlos I cierra el mejor y más fructífero periodo de la monarquía constitucional en España. El primer rey de la misma dinastía borbónica que juró marchar el primero por la senda constitucional, Fernando VII, resultó muy pronto un rey perjuro. Su hija acabó sus días en el trono cuando aún no había cumplido cuarenta años expulsada, como imposible señora, por sus propios partidarios. El nieto de Isabel, Alfonso XIII, salió entre coplas de las gentes echadas un buen día de abril a la calle, como resultado, por cierto, de unas elecciones municipales.
La duración del reinado de Juan Carlos I ha roto esa especie de maleficio que ha llevado a España al primer lugar de la clasificación de reyes depuestos. La razón consiste en que, por vez primera en nuestra muy asendereada historia, la monarquía se ha reconciliado definitivamente con la democracia, y no porque desde el origen Juan Carlos haya sido un rey demócrata sino porque la Constitución de 1978 relegó al olvido una constante de las constituciones españolas del siglo XIX: que el Rey era, con las Cortes, soberano.
Liquidada la soberanía regia, convertidos pues todos los españoles en único sujeto de soberanía, España entró en un proceso de construcción de un Estado democrático que procedió a una profunda distribución del poder territorial con el desarrollo de las autonomías regionales. Dicho de otro modo, entró en un proceso del que las crisis son como una segunda naturaleza: no hay ejemplos en que las democracias se hayan prolongado durante décadas sin experimentar crisis profundas; la española, por sus frágiles bases en una desdichada historia, no podía ser menos, como ya en 1981 se puso de manifiesto.
Pero es propio también de las democracias, y solo de ellas, encontrar soluciones para las crisis que de manera intermitente amenazan sus fundamentos. En esta capacidad de encontrar caminos de salida a sus crisis, las democracias gozan de clara superioridad sobre las dictaduras o los estados totalitarios que, simplemente, se descomponen y acaban por hundirse. Por los recursos de que dispone, si no es asaltada desde el interior o desde el exterior por ejércitos rebeldes o conquistadores, las democracias acaban encontrando el camino para salir de sus crisis... hasta la siguiente.
Lo que sufrimos en España no es, como tanto se repite, el agotamiento de un supuesto “régimen” inventado en 1978. Lo que realmente sufrimos al menos desde hace una década, cuando se hizo evidente la necesidad de reformar la Constitución y las leyes que han dado origen al sistema de partidos, es la parálisis de los partidos políticos para abordar esa reforma. Pues si, en efecto, la democracia es el único sistema de poder que sufre crisis en la misma medida en que es capaz de superarlas, también es cierto que por su propia naturaleza toda democracia exige reformar y renovar sus cimientos y sus prácticas si quiere enfrentar los nuevos retos que plantea el paso del tiempo y la aparición de nuevos problemas y nuevas generaciones.
No se ha procedido a esas reformas y ahora solo queda, al parecer, decretar la muerte del llamado régimen del 78. Pues no; lo que queda por hacer es que las instituciones construidas durante estos años y los agentes que las administran recuperen la iniciativa perdida por completo desde que estalló la crisis económica, social y política en la que seguimos sumergidos. Instrumentos para recuperarla no faltan, lo que se necesita es ponerlos en acción, tomar decisiones, impulsar un profundo programa de reformas que eviten, por una vez en nuestra secular manía de tejer y destejer, partir de nuevo de cero, pensar que se puede edificar un futuro sobre un paisaje calcinado.
Por un azar, en el que no falta un elemento de virtud, de fuerza, esa renovación comienza por la cabeza institucional de nuestra forma de Estado. No es el mejor de los augurios posibles que haya ocurrido la semana después de unas elecciones en principio europeas pero suficientes para poner en estado de ebullición a un sistema de partidos que sus dirigentes habían creído eterno. Pero si esas elecciones, o su resultado, despiertan el alma adormecida de los dos exgrandes partidos y les induce a promover y consensuar con otras fuerzas políticas las reformas necesarias, la abdicación del rey habrá sido el último acto de un largo y fecundo servicio, no ya a la Corona, sino a la democracia, que es, al cabo, lo que más importa.

GILES TREMLETT.- Reyes desnudos y escritores vendidos

LIBROS / HISTORIA

Reyes desnudos y escritores vendidos

Las crónicas en torno a los monarcas han gozado de poca objetividad a lo largo de la historia

       

El rey Enrique IV de Castilla
Ningún relato resume tan bien la peligrosa relación entre intelectuales y monarcas como el de los filósofos Diógenes y Aristipo. Diógenes era soberbio, irrespetuoso, independiente y feliz. Vivía en una tinaja y comía hierbas. Aristipo vivía ricamente y despreocupado en la corte del rey Dionisio, aguantando todas las humillaciones del monarca. También era feliz. Un día los dos se encontraron mientras Diógenes hacía labores de cocina. “Si hubieras aprendido a comer esas hierbas, no serías un esclavo del tirano”, le espetó a Aristipo. “Y si tú supieras cómo comportarte entre hombres, no estarías lavando hierbas”, le contestó.
Por lo general, los que han escrito sobre los reyes siempre han sabido que les conviene mejor saber “comportarse entre hombres”, aunque a veces también tocaba ir en contra. Muchos eran simples mercenarios de la palabra, propagandistas pagados por el propio rey o sus cortesanos. Otros hacían lo opuesto, denigrar al monarca, pagados por algún rival o detractor. El caso paradigmático es el de Enrique IV de Castilla, aquel pobre hombre al que apodaron El Impotente para convencer a todos de la supuesta ilegitimidad de la heredera legal del trono, Juana La Beltraneja, y para que nadie dudara de la legitimidad de su sucesora como reina, Isabel la Católica.
De los dos principales cronistas contemporáneos que escribieron sobre el monarca uno, Diego Enríquez del Castillo, había sido contratado por el propio Enrique. El otro, Alfonso de Palencia, empezó trabajando para Enrique, pero luego pasó a estar en la nómina de los Reyes Católicos. Los dos eran capaces de narrar los mismos hechos de manera totalmente opuesta. Hasta la apariencia de un rey que parecía sufrir un tipo de gigantismo daba resultados distintos. Para uno de ellos, Enrique IV era de aspecto valiente “a semejanza de un león” y para el otro tenía “las facciones de un simio”.
Isabel la Católica fue, tal vez, la monarca que mejor entendió la importancia de controlar los medios de comunicación como el primer borrador de la historia que entonces elaboraban los cronistas y que hoy día elabora la prensa. Por eso pedía que los cronistas le entregasen sus escritos antes de publicarlos. “Yo iré á Vuestra Alteza según me lo envía á mandar, é llevaré lo escrito hasta aquí para que lo mande examinar”, escribe otro cronista suyo, Hernando del Pulgar, a la reina. El resultado es que se tardaron más de cinco siglos en hacerle justicia a Enrique, con la obra de Luis Suárez Enrique IV de Castilla. La difamación como arma política, o en hacer un retrato certero de la reina católica basado en documentos y no propaganda (Tarsicio de Azcona, Isabel la Católica).
A la mayoría de los escritores no había que obligarles a escribir a favor del monarca de turno. Ya sabían que la autocensura, ese mal todavía endémico, era la forma de sobrevivir. Y si no se ceñían a ello, les podía pasar lo que ha ocurrido estos días a los dibujantes españoles de El Jueves. Los coplistas satíricos, a menudo anónimos, rellenaban el vacío de la crítica que dejaban los cronistas oficiales. “O tú vives engañado o piensas que somos bobos”, dicen las llamadasCoplas del Tabefe sobre Fernando el Católico.
La hagiografía no solo distorsiona la historiografía. A veces el mayor damnificado es el propio monarca, llegando a creer lo que los aduladores le dicen al oído sin percatarse de la realidad. No es de sorprenderse que, para algunos, la caída en desgracia sea tan rápida, brutal e irrevocable. En su cuento El traje nuevo del emperador,Hans Christian Andersen lo resumió a la perfección.
Éste tiene un origen menos conocido en El conde Lucanor, una recopilación de relatos castellanos del siglo XIV. Dos charlatanes convencen al rey de que sólo los hijos bastardos serán incapaces de distinguir su tela especial. Así que todos callan cuando el rey se pasea desnudo por el pueblo hasta que, por fin, un esclavo negro que no tiene nada que perder revela la verdad: “Señor, a mí me da lo mismo que me tengáis por hijo de mi padre o de otro cualquiera, y por eso os digo que o yo soy ciego o vais desnudo”. Moraleja: todo príncipe necesita un esclavo negro que le diga la verdad. ¿Pero, quién se atreve?
GilesTremlett es autor de Catalina de Aragón (Crítica) y España ante sus fantasmas (Siglo XXI).